miércoles, 15 de junio de 2011

EDUCACION / La educación colonial en Chile

Chile durante gran parte del siglo XVI es un campamento en armas, con una economía de subsistencia. La llegada de mujeres españolas y el nacimiento de niños blancos no se produce hasta finalizado el siglo. Fue una sociedad que primero debió afirmarse en la tierra y luego preocuparse de los otros menesteres donde la educación no tuvo prioridad. Además, saber leer y escribir no eran requisitos del buen soldado, situación frecuente aún en los hombres de Iglesia.

Las Escuelas de Primeras Letras

1 - Los Maestros de Primeras Letras

Los maestros de primeras letras fueron religiosos y seglares. Todo religiosos, por el hecho de serlo, tenía derecho a enseñar. Los seglares debían tener licencia del cabildo y de la autoridad eclesiástica, además de no haber sufrido pena infamante; no haber ejercido oficio servil; buena vida y costumbres, certificados por curas y autoridades diocesanas; limpieza de sangre, en el sentido de no ser hijo de unión ilegítima ni llevar sangre de moros, ni de judíos ni de reconciliados y finalmente, la convicción católica comprobada por la carencia de cuentas pendientes con el Santo Oficio.

En Chile, al parecer, no hubo un reglamento para la enseñanza primaria. Según José Toribio Medina en un libro de 1905, se siguió lo normado para el Perú en "Instrucciones que el Licenciado Benito Juárez de Gil, dio el 29 de octubre de 1598 a los Maestros de Enseñar a Leer, Escribir y Contar de la CIudad de Los Reyes, a fin de que que la Guardasen en sus Escuelas para la Buena Educación y Enseñanza de los Niños".

Este documento consta de 31 artículos y reglamenta desde cómo tomar las liciones (lecciones) a los alumnos y cómo deben cortarse las plumas, a normas de conducta en la escuela, en el hogar y en misa. Es de interés señalar que en las intrucciones se distingue entre educación y enseñanza. El único artículo ingrato es el primero: "Primeramente, que en sus escuelas no reciban ni admitan niñas para enseñarlas a leer ni rezar, por la indecencia que es y los inconvenientes que pueden suceder".

Algunos de los hombres que vienen con Pedro de Valdivia o en expediciones posteriores se decican a "mostrar a leer a los mochachos". Del primero que sabemos es de Pedro Hernández de Paterna, él que hacia 1548 o 1550 enseñaba en Santiago. En 1578 es llevado a la cárcel por negarse a combatiren Arauco un español de apellido Salinas, argumentó que era maestro y "se le excusase la ida a la guerra por la necesidad que del tiene la ciudad para enseñar a leer y escribir a los hijos de vecinos y moradores desta ciudad". El 22 de mayo de 1584 el cabildo de Santiago, autorizó al español Diego de Céspedes para "poner una escuela para enseñar niños a leer y escribir". En 1588 vivía en la capital Diego Serrano "maestro de enseñar niños". Al finalizar el siglo XVI enseñaba Pedro de Padilla. Lo hacía en "una casa junto a la plaza desta ciudad". Murió en 1615.

El primer maestro nacido en el país fue Juan de Oropesa. Apoyado por vecinos, el 27 de noviembre de 1615, pidió autorización al Cabildo para poner escuela "para enseñar a leer y escribir" y acompañando a la vez "muestras de ciertas formas de letras que hizo". Se le autorizó siempre que jurara de "guardar el arancel fecho y enseñar buenas y virtuosas costumbres a los niños que tuviere y no llevarles nuevas impusiciones". Luego de poco tiempo el cabildo ordenó el cierre, porque Oropesa, al parecer, estaba cobrando más de lo estipulado originalmente. Por ese mismo tiempo se dio licencia para poner escuela a Melchor Torres de Padilla. A mediados de 1621 ninguna de las dos escuelas funcionaba.

Al finalizar el siglo XVIII, los maestros autorizados por el Cabildo recibían de este una subvención anual de veinte pesos para proveer de útiles a los alumnos pobres.

2 - Las Escuelas de la Iglesia

En el siglo XVI difícilmente la educación podía pasar al margen de la Iglesia, las escuelas nacen al lado de los conventos, doctrinas o misiones. Dado los tiempos no se puede entender de otra manera. Es así, como la primera intención de levantar un número importante de escuelas, la hace en 1567, el obispo de La Imperial, fray Antonio de San Miguel, pero no pudo, el obispado era demasiado pobre.

Los primeros religiosos que llegan al mapocho son los mercedarios, que centran su trabajo instruccional en sus noviciados. E el año 1553 llegan los franciscanos, los dominicos lo hacen en 1557. La Compañía de Jesús llega en abril de 1593 y los hijos de San Agustín en 1595.

En Santiago, el jesuita Luis de Estela junto con el catecismo enseñaba a leer y escribir a los indios y mestizos. En La Imperial, no hubo escuelas reales. Concepción mandaba sus niños a una escuela de los franciscanos, hacia 1613 se abre una escuela jesuita con un maestro seglar apellidado Morales. En ella estudiaron un hijo del gobernador Alonso de Ribera y Francisco de Pineda y Bascuñán, autor de El Cautiverio Feliz.

La Serena, en la segunda mitad del siglo XVII, era un villorrio con menos de mil habitantes y de setenta casas, cuyas tres cuartas partes eran chozas de paja. tenía una clerecía, cuatro conventos y una escuela franciscana con estudio de gramática para la adolescencia. Los jesuitas se instalaron hacia 1673.

Una institución muy importante dentro del nacimiento de la eduación en Chile la constituyeron las misiones jesuitas. Hubo cuatro clases de misiones. La primera, constituida por seminarios y convictorios, educaba a adolescentes. Junto a éstos hubo secciones donde se enseñaba primeras letras, el temor de Dios y la policía cristiana a niños pequeños. En Santiago a estas secciones, concurrían a comienzos del siglo XVIII, unos 400 niños criollos.

La segunda clase de misiones se hacía en derredor de las ciudades, a una o dos leguas de distancia, donde se encontraban las chacras. Aquí se entregaba catequesis a indios y negros.

La tercera clase de misiones, tomaba de dos a tres meses en realizarse. Cubría un radio de diez a treinta leguas de las ciudades. En ellas se atendía la población de estancias y haciendas. La que salía del Colegio de San Miguel de Santiago, recorría del río Copiapó al río Maipo. La de Bucalemu, del río Maipo al río Maule. La de Concepción, del río Maule al río Biobío. La que salía del Colegio de Mendoza, desde San Juan a Punta de los Venados (Guanacos).

La cuarta clase de misiones se llevaba a cabo en las residencias jesuitas de Talcamávida, Arauco, Buena Esperanza de Rere y San Cristóbal. Desde allí expedicionaban todo el año sobre territorio mapuche. Su trabajo instruccional se daba también en los fuertes y presidios vecinos a las residencias. En estos recintos había soldaods analfabetos del Ejército de Arauco. Sus compañeras fueron jóvenes mapuches o mestizas a las que pronto se agregarán damas de manto. Así surgirá una población de niños criollos, mestizos, indios e hijos de yanaconas, a la que se enseña a leer y escribir. (Alonso de Ovalle, Histórica Relación del Reino de Chile).

3 - Las escuelas de los Cabildos o Reales

Cabildos relativamente permanentes tuvieron Santiago, Concepción y La Serena. Otras ciudades vieron depender sus cabildos de los avatares de la guerra de Arauco. Concepción tuvo una existencia inestable, asolada por indios y corsarios en el siglo XVI, por terremotos y maremotos en el XVII, se afirmó una vez que ocupó su actual emplazamiento. La Serena y Copiapó, sitios de descanso de viajeros desde y hacia el Perú, adquirieron importancia gracias a la minería del oro y cobre solo a mediados  del XVIII. La Imperial, ciudad potente con obispado y cabildo durante el siglo XVI, desaparecerá con el levantamiento de Pelantaru y la muerte de García Oñez de Loyola, al acabar el siglo. Las ciudades trasandinas son marginales al desarrollo de Chile. Por lo tanto, el único cabildo estable fue el de Santiago.

Los cabildos tenían jurisdicción en la ciudad y sus términos. Los términos del cabildo de Santiago iban desde el Choapa al Maule, espacio ocupado por estancias y haciendas con peones mestizos, indios y negros a cuyos dueños poco les importaba su instrucción. En la ciudad, los hijos de vecinos encomenderos y vecinos moradores asistían a escuelas de primeras letras mantenidas por los conventos y el Cabildo. La educación citadina era elementalísima, no pasaba de enseñar a aleer y escribir, contar y catecismo. No hubo escuelas en los campos, ni para niños criollos, indios, mestizos o negros. Las niñas solo en conventos.

El maestro contratado por el cabildo recibía con tardanza y a veces nunca su salario. Se le autorizaba a cobrar a los padres de sus alumnos, pago que se hacía en especies. Los alumnos eran escasos.

4 - La organización de la Escuela

Lo que conocemos sobre contenidos, metodología, evaluación, castigo y cultura escolar de este período, es por documentos de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX.

Las escuelas de primeras letras estaban divididas en las secciones de Mínimos y Mayores. En las primeras se aprendía a leer, escribir y rezar. En las segundas se estudiaba gramática, principios de artimética, catecismo y escritura, junto con ortografía. Las clases se impartían de Lunes a Viernes de 8 a 11 horas, por la mañana, y de 14 a 17 horas por la tarde. En el invierno el horario cambiaba entrando más tarde y saliendo más temprano, acortando el espacio de almuerzo.

Las idas y venidas de la casa a la escuela y viceversa eran muy entretenidas. En la esquina de la Plaza de Armas que formaban las calles Monjitas y Nevería (hoy 21 de mayo), se ubicaban los puestos de venta de ojotas. El que compraba un par nuevo dejaba las viejas ahí mismo, formándose una pila. Por la vereda norte de la plaza y frente a la Cárcel, al Cabildo, a la Real Audiencia y al Palacio del Gobernador corría, a tajo abierto hacia el poniente, una acequia. Los pequeños tomaban algunas de las ojotas y las hacían anvegar acequia abajo. Los más grandes tomaban otras e iniciaban una guerra de ojotazos que ocupaba toda la plaza.

Al finalizar el siglo XVIII el puente de Cal y Canto, comunicaba La Chimba con el centro de la ciudad (la palabra chimba es quechua y significa "al otro lado del río"). Frente a la actual calle Recoleta, estaba el Puente de Palo. A la salida de clases, los santiagueños (niños que vivían al sur del Mapocho) despedían a los chimberos en las proximidades del Puente de Palo, con una fenomenal guerra a peñascos. Esto ocurría en verano, en invierno las piedras volaban en la calle San Antonio, entre Monjitas y Santo Domingo.

Resulta entendible, pero impresiona, la cantidad de días festivos. Se dividían en Fiestas Fijas (69), donde se mezclaban celebraciones de santos con los aniversarios de los terremotos de 1647, 1730 y de 1751 y Fiestas Móviles (17), nueva mezcla de días religiosos con otros no tanto, había un día Jueves de los Compadres y otro Jueves de las Comadres. Agreguemos los 52 domingos y resultan 138 días festivos en el año, algo así como un día de descanso por dos de trabajo. Los escolares tenían, además, libre el día del santo del Virrey, del Gobernador, del Obispo, del maestro y del santo patrono de la escuela.

La escuela estaba dividida en dos secciones, no por el grado de adelantamiento ni por la clase de estudios, sino por la categoría social a la que pertenecía el niño. Además de esta división, existía una segunda. Los niños adscribían a una de ods bandas o grupos llamados "cartagineses" y "romanos" o de "Santiago" y de "San Casiano". Sentadas separadas, las bandas competían por rendimiento. Salía un niño de cada grupo y se lanzaban preguntas sobre catecismo, tablas de sumar, restar y multiplicar. Fueron los jesuitas los que comenzaron a sacar a alumnos a la calle, en procesión y coro iban respondiendo las preguntas del catecismo. De allí nacieron los remates o competencias públicas de conocimiento, que tenían lugar en las tardes de los Miércoles y los Sábado: miercolinas y sabatinas. El sistema era de preguntas y respuestas, aplausos y lucimiento para las buenas respuestas y vergüenzas para las malas.

Como si las divisiones no fueran suficientes, los maestros crearon una serie de cargos entre los niños que, de alguna manera, les aliviaba la tarea. El emperador era el más importante, seguía al maestro en jerarquía, era designado en votación popular el día del santo patrono de la escuela y duraba un año en su cargo. Luego, el general, que cuidaba de los más pequeños. Los capitanes pasaban lista, cuidaban el orden y repartían los textos y útiles de enseñanza. Los pasantes, buenos alumnos, tomaban la lección a los más lerdos. El alférez, portaestandarte de la escuela, debía enseñar a rezar a los menores. El fiscal o verdugo, correspondía al niño más macizo de la escuela, toda vez que su trabajo era sujetar al alumno que era sometido a castigo. Los libreros guardaban libros y útiles, tajaban las pluams de ganso para escribir y llevaban una lista de todo el material de la escuela. Los veedores inspeccionaban la conducta dentro y fuera del establecimiento. El sacristán a cargo del altar. El debel, vigilaba el estudio y el cuidado en escribir las planas. El cruciferario, portador de la cruz alta cuando iban a misa. Los porteros, vigilaban el aseo de caras y manos y cuidaban que en los bolsillos no hubiesen bolitas, naipes, trompos ni tabaco. Los escoberos eran los aseadores, cargo que en general reacía en los más pobres.

Amén de esa suerte de evaluación que eran las miercolinas y las sabatinas, los niños debían mostrar sus planas diariamente y el maestro señalaba su juicio con una letra: S (siga), ILM (imite la muestra), B (buena), M (mala) y A (azotes). Los Sábado el maestro elegía las mejores planas de la semana y las enviaba a los comerciantes para su calificación. Los jueces firmaban en las planas. Los alumnos aventajados o de buena conducta recibían un parco, un cuadrado de papel con calados y dibujos que evitaba o disminuía el castigo, cuando el poseedor caía en falta. Testimonios hay de comercio de estos parcos.

Los castigos eran muy duros. Arrodillarse, a veces con los brazos en cruz y un ladrillo en cada mano; la palmeta, una tablita redonda con orificios y mango, con la que se golpeaba la palma de la mano; el chicote, correa larga y con nudos. Estos eran para faltas graves, para las leves estaban los coscorrones y tiradas de orejas y patillas. Entre las escuelas conventuales, particulares o reales no hubo distingos entre métodos, enseñanzas y costumbres. Todas tenían como objetivo formar jóvenes cristianos y súbditos obedientes.

El método usual de la lectura era la repetición a coro. Las priemra letra y las sílabas se aprendían en las cartillas implresas en Lima, eran silabarios basados en el deletreo y combinaciones silábicas. Luego, el primer libro de lectura, El Catón, contenía oraciones, anécdotas y lecturas edificantes sobre costumbres y virtudes.

La escritura se aprendía a partir de muestras que hacía el maestro y que los niños de recursos repetían en sus pizarras, los pobres en una tablita que se lavaba. Se usaba tinta y pluma de ganso, la cual debía ser tajada con un afilado cuchillo. Los niños que ya leían no contaban con más de diez o quince libros autorizados. Todos los libros que se leían en las escuelas públicas, debían llevar el visto bueno del Director General de Aulas Públicas: "para evitar, la impresión de las falsas o malas ideas en una edad en que se hacen indelebles influyendo despupes en todos los tiempos de la vida".

5 - La Instrucción para las niñas

A diferencia de otros países de América, en Chile no hubo condiciones para que las mujeres se dedicasen a cultivar su natural inteligencia. La guerra, los piratas, los terremotos y las inundaciones, las hizo madres y monjas aguerridas, sin tiempo para las letras. El único caso de destacar es el de Tadea de la Huerta, conocida como sor Tadea Joaquina, monja del Carmen de San Rafael autora de un verso octosilábico sobre la inundación del Mapocho en 1735.

En algunos beateríos y conventos se acogía a niñas huérfanas y desvalidas. En otros junto a la formación de las novicias se aceptó a hijas de familias de bien. Las primeras en hacerlos fueron las agustinas, enseñaban la cartilla, religión, buenos modales y recetas de cocina, las niñas vivían en los claustros y la familias debían pagar derecho a piso. Igual cosa hicieron las trinitarias de Concepción y las clarisas de Penco y Santiago. En el siglo XVIII, un anexo de las clarisas en Mendoza mantuvo un colegio para niñas, llamado de la Buena Esperanza.

En 1796 José Ignacio Zambrano, párroco de San Lázaro, abrió un colegio para niñas, pero las habladurías lo llevaron a cerrarlo. Igual cosa ocurrió con Antonio de Zúñiga, párroco de Peumo, que instaló una escuela parroquial, a cargo de religiosas, en la que recibía incluso a mujeres de "vida disipada".

Las escuelas de Latinidad, Convictorios, Seminarios y Noviciados

La instrucción secundaria estuvo representada por las escuelas de latinidad, de algún seglar o sacerdote con financiamiento real y por los colegios, instituciones religiosas que toman nombres de seminarios, convictorios o noviciados. En todos, la enseñanza era en latín y se estudiaba teología, gramática, historia sagrada, filosofía y cánones. En el siglo XVI, la ausencia de instrucción secundaria fue un problema para las órdenes religiosas, hubo muy pocos religiosos españoles (los dominicos no tenían más de seis), la mayoría eran mestizos o españoles que no sabían leer ni escribir. En 1578, se abre una escuela de latinidad, pegada a la catedral, a cargo del mestizo Juan Blas, quien además de hablar mapuche y quechua, era buen cantor y escribía con gracia.

El problema de la falta de escuelas de latinidad también lo tuvo el Cabildo de Santiago. En mayo de 1580 abrió la escuela de latinidad de Juan de Moya, profesor de gramática. El cabildo pagaba la casa donde éste vivía y daba sus clases. El rey, solo en 1591 autorizó  fundar la cátedra de gramática y que al maestro se le cancelaran 400 pesos oro; la orden no pudo cumplirse ya que el cabildo de Santiago no tenía los fondos y Moya no fue habido. Cambió de profesión o murió. Lo concreto es que en Chile, salvo la de Moya, no hubo escuela de latinidad en los siglos XVI, XVII y parte del XVIII. Solo en las actas del cabildo del 25 de agosto de 1730 aparece el capitán Miguel de Gómez pidiendo autorización para abrir una.

Pero volvamos al siglo XVI, ante la ausencia de escuelas de latinidad las familias pudientes mandaban sus hijos a Lima, tal fue el caso de Pedro de Oña. Los demás debieron solicitar su ingreso a los convictorios, seminarios y noviciados que mantenían las órdenes religiosas. El primer seminario se abrió en La Imperial, autorizado por el rey en 1595. El seminario pontificio de Santiago se fundó entre 1603 y 1605. Los mercedarios daban lecciones de filosofía en 1610. Los franciscanos abren el colegio San Diego de Alcalá en 1679, con cinco alumnos.

Los agustinos inauguraron el convento en Santiago en 1595 y de inmediato abrieron cursos de latín y gramática. Los jesuitas, csi al instante de su llegada al país, junto con la escuela de primeras letras del padre Estela, abren un curso de gramática en su Colegio Mayor de San Miguel. En 1611 el padre Diego de Torres fundó el Convictorio de San Francisco Javier, institución que monopolizará, por su calidad, la educación secundaria hasta 1767, cuando la compañía es expulsada. Sus alumnos no solo eran de Santiago, sino también de Concepción, Coquimbo y Mendoza. Los estudios apuntaban a la carrera eclesiástica. Sus cursos eran tres: Gramática, Artes y Teología, los dos últimos constituían los estudios mayores. Gramática se daba en latín, se leía e interpretaba a autores clásicos, a comentaristas de filosofía aristotélica, de jurisprudencia civil y de teología. El curso de Artes implicaba el estudio de las viejas Artes Liberales de la Edad Media (trivium y cuadrivium), además de filosofía escolástica. Teología era el curso superior para aquellos que tomarían hábitos. Concepción tuvo su primer seminario en 1615. Allí abrirán noviciados los dominicos, agustinos y mercedarios. Los franciscanos, hacia 1699, ofrecieron una cátedra de lengua mapuche.

Un establecimiento que escapa hasta o ahora expuesto es el Colegio de Naturales. Por real cédula de 11 de mayo de 1697 Carlos II ordenó se fundase un colegio seminario para los hijos de caciques de Arauco, los "mandones de la tierra". Lo puso bajo la administración de los jesuitas, se ubicó en Chillán y fue inaugurado el 23 de septiembre de 1700. Se enseñaba a leer, escribir, contar, gramática, moral y mapuche. Tuvo un presupuesto de $ 4.000 al año y su primer rector fue el padre Nicolás Deodati. Caminó bien hasta el levantamiento de 1723, desde aquel año y hatsa 1774, sus alumnos fueron criollos de Chillán. Luego d ela expulsión de los jesuitas lo tomaron los franciscanos. En 1774 fue trasladado al local del Colegio de San Pablo, que la Compañía de Jesús había tenido en Santiago. En 1786 se devolvió a Chillán, su matrícula era de niños mapuches y criollos, entre estos últimos estuvo Bernardo O'Higgins.

Los colegios religiosos, de fines del siglo XVI y comienzos del XVII fueron de importancia para la creación de las primeras universidades chilenas. En efecto, la primera universidad del país fue la Pontificia Universidad de Santo Tomás, inaugurada por la orden dominica, el 19 de agosto de 1622. La segunda, la Pontificia Universidad de San Miguel, inaugurada en 1623 por los jesuitas. Ambas funcionarían hasta el 11 de marzo de 1741, cuando comienza a caminar la primera universidad estatal: la Real Univeridad de San Felipe.

Fuente: "Historia de la Educación Chilena", Freddy Soto.

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